"Mi hijo no llevará mi genética"
No es fácil de digerir, es un jarro de agua fría. De golpe ves como todo a tu alrededor cae, cómo se desmoronan las imágenes de esa familia que habías imaginado toda la vida. Tu hijo o tu hija ya no tendrá tu pelo liso, ni tus labios, ni mucho menos tu mirada, esa que todos alaban... Y te invade una enorme tristeza. Entras en el Duelo Genético.
A mí nadie me habló de ello. Nadie me dijo lo que se me pasaría por la cabeza, por el corazón. Nadie me habló del dolor, de la rabia, del sentimiento de derrota... Nadie me dijo qué hacer, cómo enfrentarme a ello, cómo gestionarlo. Lo fui descubriendo sola, reflexionando y sopesando. Poniendo todas esas ideas y emociones encima de la mesa y analizándolas: ¿Por qué pienso esto? ¿Por qué me siento así? ¿Esto es realmente importante? ¿Hasta qué punto es necesario el parecido físico para querer a tu hijo? ¿Te crees que eres la oveja Dolly o qué? ¿Y la sangre? ¿Eso del “sangre de tu sangre” importa? ¿Compartir genética con alguien te garantiza el amor? ¿Te asegura una buena relación? ¿Cuántos padres o madres hay que no se llevan bien con sus hijos y comparten genética e incluso son clavados físicament a ellos? ¿Qué es imprescindible para una buena relación padres-hijos: la sangre o el vínculo? ¿Por qué es importante que mi hijo tenga una parte de mí? ¿Soy una lagartija a la que le cortan la cola y le vuelve a crecer? Mi cabeza no paraba.
Con determinadas dudas que me asaltaban me sentia egocéntrica y superficial. ¡Y me molestava, porque no lo soy en absoluto! No me reconocía. No estaba poniendo el foco en lo realmente importante: el AMOR. Ese amor infinito que no está condicionado por nada. Ni por la genética, ni por el parecido físico, ni por nada.
Y entonces fue cuando me di cuenta de que ese era el camino, no el que tenía en mi mente. Ahí no había nada, sólo sufrimiento y una lucha extenuante imposible de ganar. Me despojé de todos los condicionantes sociales y miré en mi interior: ahí estábamos los dos. No hacía falta nadie más. Mi hijo estaba detrás de esa puerta: la donación de embriones. Y no hay día que no me agradezca a mí misma haberme dado cuenta y haber conseguido llegar a él.
Yo espero de corazón que con mi trabajo y mi testimonio pueda ayudar a quien ahora esté pasando por lo que yo pasé. Porque sé que no es fácil y que nos podemos sentir muy solas y muy solos. Y no debería ser así. Así que desde aquí os deseo que encontréis esa paz y esa serenidad que da el despojarse de todo lo ajeno y podáis ver lo que realmente sentís y queréis. Porque esa es la base de la felicidad, más allá de lo que cada uno decida hacer.
Noemí Catalán
Especialista en experiencia del paciente